La destrucción de la Torre de Babel explica la confusión de las lenguas y la dispersión de la humanidad por el planeta, pero ¿explicaría también el origen monogenético del lenguaje?
El lenguaje tiene la capacidad de fundar la realidad, de darle forma y modificarla. Ya en los primeros versículos del Antiguo Testamento, la palabra adquiere un papel esencial en la creación del universo. En el libro del Génesis, se dice que Dios crea la luz pronunciando la frase “Hágase la luz”: la palabra, por tanto, es tan potente como un hecho (es, en verdad, una acción) y es capaz de engendrar el mundo y hacerlo palpable. En el relato de la creación del mundo, Dios utiliza el lenguaje en otras ocasiones.
A medida que modela cada uno de los elementos que configuran el universo, Dios da un nombre a cada una de ellas, pues en el nombre está contenida la esencia de cada cosa. Cuando crea a Adán, el primer ser humano, la divinidad le concede la capacidad de dar nombre a los animales, reconociéndole así la autoridad sobre ellos. Este poder creador que se atribuye a la palabra explica, en gran medida, la fuente de la que las recitaciones y encantamientos obtienen su poder efectivo en el mundo antiguo.
La Torre de Babel: un mundo con una única lengua
¿En qué idioma hablaba Dios? ¿Qué lenguaje usaron Adán y Eva para comunicarse en el Edén? La Biblia no lo dice. Lo que sí relata el texto bíblico del Génesis es que, tras el diluvio universal, toda la tierra “hablaba la misma lengua y usaba las mismas palabras”. No se especifica la naturaleza del idioma en sí (no se hace referencia a si se trata de hebreo, arameo o acadio, por ejemplo), sino que únicamente se centra en esa unicidad lingüística que une a todos los habitantes del planeta.
Las maldades de la humanidad que había creado llevaron a Dios a arrepentirse de su creación y a intentar borrarla de la faz de la tierra con un diluvio destructor. De la catástrofe solo se libraron Noé y su descendencia. Tras el desastre, la tierra volvió a repoblarse gracias a los hijos de Noé (Shem, Ham y Japheth) y a su progenie, que se extendió por la tierra y fundó poblaciones, ciudades e imperios.
Es en este contexto en el que se emplaza el relato de la Torre de Babel. La humanidad, que viaja de Oriente a Occidente, decide instalarse en la llanura de Sinar y construir una ciudad y una torre con ladrillos de barro y bitumen, una especie de zigurat capaz de alcanzar las cimas del cielo. Con la construcción de esta urbe se espera prevenir la dispersión de la humanidad, que ahora podrá vivir recogida en un único lugar.
Dios los ve y se preocupa al comprobar que han aunado fuerzas. Son un único pueblo que comparte una única lengua, capaz de conseguir cualquier cosa que se proponga. Por ello, la divinidad decide truncar los planes de la humanidad que le ha desobedecido.
Tras el diluvio, Dios había ordenado a los hombres que se multiplicasen y ocupasen la totalidad de la tierra. La construcción de la ciudad y la torre como lugar único en el que la humanidad morará, por tanto, se transforma en un desafío a la autoridad divina.
Antes de que puedan realizar sus planes y terminar la monumental construcción, Dios los dispersa por el mundo y les da lenguajes diferentes para que no puedan comprenderse ni comunicarse entre sí. La Biblia afirma que a la ciudad se le dio el nombre de Babel porque fue allí donde los idiomas se confundieron. Se trata de la etimologización del término Babel que, originalmente, procede del acadio y significa “Puerta del dios”. Los autores bíblicos, sin embargo, lo derivan del hebreo balal “confundir”.
La expulsión de la ciudad de Babel explica la existencia de la diversidad de idiomas, pero también de la separación de los grupos humanos necesaria para que se cumpla la orden divina. Se trata de un modo de mantener a la humanidad bajo control mediante la desunión.
Buscando la lengua original del ser humano
Para algunos estudiosos, sin embargo, la narración de la Torre de Babel explicaría el origen monogenético de lenguaje. Esta teoría lingüística sostiene que todas las lenguas proceden de un núcleo original, un idioma que se ha denominado protosapiens o protomundo a partir del cual se habrían desarrollados las diferentes familias con sus respectivos idiomas. Todas las familias lingüísticas que se conocen, por tanto, estarían emparentadas.
La polémica hipótesis ha sido aceptada solo por una pequeña parte de la comunidad científica, ya que la monogenética presenta dificultades para demostrar su validez de forma empírica. Las evidencias científicas que prueban el origen genético común de la humanidad, sin embargo, se ha esgrimido como una prueba de ese posible origen lingüístico común.
Por Erica Couto, redactora en muyhistoria.es