Cuando ocupó el trono de San Pedro tenía 18 años y durante casi una década allí se dedicó a satisfacer sus caprichos. Que todos los Papas de la Iglesia no fueron santos de pedestal, es una obviedad histórica, exisiteron pontífices que no se comportaron como hermanitas de la caridad… Tal es el caso del protagonista de este artículo: Octavio de Túsculo.
Eran tiempos convulsos, todo hay que decirlo. Estamos hablando del final de lo que los historiadores católicos llaman el Saeculum Obscurum, “el siglo oscuro”, y otros llaman la “pornocracia papal” que significa “gobierno de las prostitutas”. En aquellos tiempos el papado estaba fuertemente determinado por la familia Teofilacto y la elección de cada nuevo pontífice era un asunto que decidía el pueblo de Roma mediante votos.
La historia de Juan XII, sumo pontífice de Roma entre el 955 y el año 964, comenzó cuando su padre, Alberico II de Spoleto, gobernaba como señor absoluto de Roma. A su muerte hizo prometer a los ciudadanos más prominente de la capital que cuando el actual papa muriera, su hijo Octavio sería elegido. Y los romanos cumplieron su promesa: un año después de la muerte de Alberico II, también fallecía Agapito II y Octavio, a partir de ese momento Juan XII, heredó el trono de San Pedro. Tenía apenas 18 años, el papa más joven de la historia.
Hijo de uno de los hombres más poderosos de la época, Juan XII no era muy misericordioso, ni humilde. Le interesaban las apuestas, la bebida y el sexo. Así fue cómo era costumbre verlo rodeado de amantes a las que daba valiosos regalos y hasta cargos: a una de ellas la nombró gobernadora de una de las ciudades papales. También seducía (hay quienes dicen que secuestraba) peregrinas que habían viajado a Roma y las convertía en sus amantes.
Dos caras de una misma moneda
Pese a estas actividades “extracurriculares” Juan XII tenía tiempo también para ir a la guerra con la intención de ampliar sus dominios. Alrededor de 960, Juan XII lideró personalmente un ataque contra los ducados lombardos de Benevento y Capua. Pero fue rechazado por una alianza de estas dos ciudades con Salerno. Esto debilitó su posición militar y el rey Berengario II de Italia se aprovechó de ello y comenzó a atacar el territorio del Papa. Juan XII podía ser joven, caprichoso y disoluto, pero no era tonto y viendo la que le iba a caer se alió con rey Otto I de Alemania…a quien nombró emperador del Sacro Imperio Romano a cambio de que le defendiera de los ataques.
Las tierras papales se extendían desde Nápoles hasta Venecia, y el tratado firmado entre Juan XII y Otto señalaba que cualquier tierra papal que reclamara a Berengario sería devuelta a Juan. Sorprendentemente, y en un lado positivo, el Sacro Imperio Romano que Juan restauró como una simple cuestión de conveniencia en 962, duraría otros 850 años, disuelto solo por Napoleón en 1805.
El único inconveniente era que Otto era la otra cara de la moneda de Juan XII: la imagen misma de la piedad y la caballerosidad cristiana. Así, cuando acudió a Roma para ser nombrado emperador, se dio cuenta del percal. Pese a las largas lecciones de piedad que recibió del flamante emperador, Juan XII volvió a las andadas apenas Otto partió a luchar contra Berengario.
Un final anunciado
Al principio, Otto se mostró indiferente ante la situación pero cuando se enteró de la nueva amistad del papa nada menos que con el hijo de Berengario (con quien estaba luchando), decidió que era suficiente. Al mismo tiempo Juan XII tenía sus propias ideas y, celoso del creciente poder de Otto, comenzó a negociar por su cuenta y riesgo, enviando embajadores al pueblo magiar y hasta a Constantinopla. Pero Otto capturó a los embajadores, se enteró de lo que se cocía a sus espaldas y acudió a Roma, con su ejército. A Juan XII le sobró tiempo para reunir riquezas, bebidas, mujeres y aliados y escapar. Ante el panorama que se encontró Otto al llegar a Roma, convocó un sínodo (un consejo de obispos, cardenales, diáconos y otros clérigos) de más de cien eclesiásticos para discutir los crímenes de Juan XII. La lista era larga y muchos estaban deseosos de denunciarlo. Entre sus pecados se contaban haber cegado y castrado a su confesor, nombrar obispo a un niño de 10 años (por dinero), haber matado a otro cardenal (al que previamente había castrado), incendiar casas, brindar por el diablo… Y así un extenso catálogo de contravenciones.
Otto no lo pensó mucho, destituyó a Juan XII y nombró a León VIII nuevo Papa. Solo había un problema: era el pueblo de Roma quien en aquellos tiempos elegía al pontífice y los romanos no estaban dispuestos a aceptar la marioneta de un alemán, por más emperador que fuera. Se alzaron contra Otto, pero fueron reprimidos de modo sangriento y expeditivo. Cuando Otto se fue fue a atender sus propias tierras, regresó Juan XII y la misericordia no entró en sus planes. A los obispos que no le fueron leales les cortó la lengua, a otros las manos o los dedos, y a algunos incluso les cortaron la nariz.
Estableció su propio sínodo que anuló todas las decisiones del anterior y excomulgó a León, que había huido rápidamente al lado de Otto, para salvar su vida. Juan XII retomó su reinado en febrero de 964, pero solo por unos pocos meses. Murió el 14 de mayo del mismo año. Algunos dicen que por exceso de actividad sexual con una mujer casada y otros dicen que por los golpes del marido de esta, cuando los encontró en la cama. •
Por Juan Scaliter. Periodista