Hallan pistas sobre la posible tumba de Alejandro Magno

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Hallan pistas sobre la posible tumba de Alejandro Magno

El sitio de la tumba del gran conquistador es uno de los grandes misterios de la arqueología. Por siglos su ubicación se sabía, la visitaron emperadores, reyes, gobernantes y grandes personajes hasta que, con el paso del tiempo se le perdió el rastro para siempre. Aunque quizás eso ahora ha cambiado.

Hace 7 años, en el último momento de una larga y frustrante excavación, la arqueóloga Calliope Limneos-Papakosta encontró, gracias al movimiento de la tierra, un pedazo de mármol que era parte de una estatua helenística de Alejandro Magno que se está exhibiendo en el Museo Nacional de Alejandría.

Desde aquel momento, Papakosta, que dirige el Instituto de Investigación de la Civilización Helénica en Alejandría, ha excavado 10 metros debajo de la moderna Alejandría, y ahora ha descubierto un importante edificio público en el barrio real de la antigua ciudad.

«Es la primera vez que se descubren los cimientos originales de Alejandría», afirma Friedrik Hiebert, arqueólogo residente de la National Geographic Society. «Verlos me puso la piel de gallina».

Aún más emocionante es la posibilidad de que el yacimiento albergue uno de los mayores trofeos de la arqueología: la tumba de Alejandro Magno.

El aumento del nivel del mar

Alejandro Magno, que en su día fue el líder más poderoso del mundo, tenía solo 20 años cuando se convirtió en rey de Macedonia tras el asesinato de su padre, Filipo II, en el año 356 a.C. Durante los 12 años siguientes, el brillante y ambicioso Alejandro derrocó a todos los imperios rivales que se interpusieron en su camino, incluidos Persia y Egipto, donde se declaró faraón. Falleció en el 323 a.C. con 32 años y sus restos nunca descansaron en paz.

Al morir, su cuerpo se enterró primero en Menfis, Egipto y, luego, en la ciudad que lleva su nombre. Allí, su tumba fue visitada y venerada como el templo de un dios.

Pero Alejandría y la tumba de su fundador estaban amenazadas por la naturaleza. Una década antes del nacimiento de Alejandro, en el 365 a.C., un tsunami inundó la ciudad. El desastre supuso el comienzo de una larga temporada de terremotos y el aumento del nivel del mar.

Conforme el mar invadía el norte, las aguas del delta del Nilo sobre el que se sitúa Alejandría provocaron que la parte antigua de la ciudad se inundara de a poco, alcanzando 3,65 metros en la época de Alejandro. La ciudad sobrevivió, construyó sobre sus partes antiguas y aumentó su población hasta más de 5 millones de habitantes.

Con el tiempo, los cimientos de la ciudad quedaron enterrados y olvidados, así como la ubicación de la tumba de Alejandro. Aunque autores antiguos como Estrabón o León el Africano describieron la tumba, su ubicación respecto a los restos de la ciudad es un misterio.

Este misterio no ha evitado que los arqueólogos la busquen. Hay registros de más de 140 excavaciones con aprobación oficial, todas ellas un fracaso. Pero el carácter esquivo de la tumba ha incrementado su caché. Encontrar la tumba de Alejandro sería comparable a descubrir la de Tutankamón.

Perseverancia es la clave

Papakosta sigue excavando ante la esperanza de un hallazgo histórico, guiada por testimonios antiguos y un mapa de Alejandría del siglo XIX, antes de su expansión. También emplea tecnología moderna, como tomografía de resistividad eléctrica (ERT), para saber dónde excavar, hasta ahora, su equipo ha identificado 14 anomalías que podrían ser ruinas antiguas a gran profundidad.

Empleando este y otros métodos, Papakosta está desenterrando cada vez más partes del antiguo barrio real, incluida una carretera romana y los restos de un enorme edificio público que podría aportar indicios de la tumba de Alejandro.

Pero, aquí, los hallazgos no son fáciles ya que tuvo que ingeniar un sistema de bombas y mangueras para mantener el yacimiento lo bastante seco como para excavar.

Dicha persistencia a lo largo de muchos años de trabajo lento entre el barro hace que Papakosta destaque, según Hiebert. «Por propia experiencia, es raro encontrar a alguien que haya permanecido en un solo yacimiento durante 21 años». Compara a Papakosta con una boxeadora que cae, se quita el polvo y vuelve al ring.

Con el paso del tiempo, Papakosta está cada vez más convencida de que está cerca de la tumba perdida de Alejandro. Con todo, suaviza su optimismo con una dosis sana de realismo.

«Está claro que no es fácil encontrarla», afirma. «Pero estoy en el centro del barrio real de Alejandría y todas estas posibilidades juegan a mi favor».

Por Marcelo Castro. Historiador

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